SON MOI CONSCIENTE DE QUE ESTE É O BLOG DOS VOSOS FILLOS E FILLAS PERO, EN MÀIS OCASIÓNS DAS QUE NOS GUSTARÍA, TAMÉN TEMOS QUE EDUCAR A ALGUNHAS FAMILIAS QUE, POR UNHA OU OUTRA CIRCUNSTANCIA, DE XEITO CONSCIENTE OU INCOSCIENTE; NON PODEN, NON QUEREN OU NON SABEN CÓMO ACTUAR.
ESTE ARTIGO MÁNDOUMO UNHA AMIGA E NAI DUNHA PRECIOSA NENA QUE O PRÓXIMO 21 DESTE MES FARÁ UN ANO. PREGUNTOUME QUE OPINO DEL E CERTAMENTE TEÑO QUE DICIR QUE ESTOU A FAVOR DE CADA UNHA DAS VERBAS QUE A CONTINUACIÓN APARECEN. GUSTARIAME QUE LLE BOTÁSEDES UN VISTAZO E INCLUSO QUE OPINÁRADES DEL (SABEDES QUE PODEDES FACELO) PORQUE AS VECES UN TAMPOUCO É QUEN DE VER MÁIS ALÓ DO SEU PROPIO NARIS.
GRACIÑAS POR SER TAN COMPRENSIVOS E COLABORADORES COMIGO. ANTE TODO SOMOS UNHA GRAN FAMILIA E SON REALMENTE AFORTUNADA DE FORMAR PARTE, DUN SENDERO IMPORTANTE, IMPORTANTISIMOS, DO CAMIÑO DOS VOSOS FILLOS E FILLAS. É UNHA HORRA PARA MIN FORMAR PARTE DAS SÚAS VIDAS.
GRACIÑAS!!!!!!
Un artículo de Carles Capdevila (periodista y padre) 21/11/2011
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Se agradece esta opinión sobre nuestra profesión
‘Una siesta de doce años’
Carles Capdevila / Periodista
Educar
debe de ser una cosa parecida a espabilar a los niños y frenar a los
adolescentes. Justo lo contrario de lo que hacemos: no es extraño ver
niños de cuatro años con cochecito y chupete hablando por el móvil, ni
tampoco lo es ver algunos de catorce sin hora de volver a casa. Lo hemos
llamado sobreprotección, pero es la desprotección más absoluta: el niño
llega al insti sin haber ido a comprar una triste barra de pan, justo
cuando un amigo ya se ha pasado a la coca. Sorprende que haya tanta
literatura médica y psicopedagógica para afrontar el embarazo, el parto y
el primer año de vida, y que exista un vacío que llega hasta los libros
de socorro para padres de adolescentes, esos que lucen títulos tan
sugerentes como Mi hijo me pega o Mi hijo se droga . Los niños de entre
dos y doce años no tienen quien les escriba. Desde que abandonan el
pañal (¡ya era hora!) hasta que llegan las compresas (y que duren),
desde que los desenganchas del chupete hasta que te hueles que se han
enganchado al tabaco, los padres hacemos una cosa fantástica:
descansamos. Reponemos fuerzas del estrés de haberlos parido y enseñado a
andar y nos desentendemos hasta que toca irlos a buscar de madrugada a
la disco. Ahora que al fin volvemos a poder dormir, y hasta que el miedo
al accidente de moto nos vuelva a desvelar, hacemos una siesta
educativa de diez o doce años.
Alguien se estremecerá pensando que este período es precisamente el
momento clave para educarlos. Tranquilo, que por algo los llevamos a la
escuela. Y si llegan inmaduros a primero de ESO que nadie sufra, allá
los esperan los colegas de bachillerato que nos los sobreespabilarán en
un curso y medio, máximo dos. Al modelo de padres que sobreprotege a los
pequeños y abandona los adolescentes nadie los podrá acusar de haber
fracasado educando a sus hijos. No lo han intentado siquiera. Los
maestros hacen algo más que huelga o vacaciones, y la educación es
bastante más que un problema. Pido perdón tres veces: por colocar en un
título tres palabras tan cursis y pasadas de moda, por haberlo hecho
para hablar de los maestros, y, sobre todo sobre todo, porque mi idea es
-lo siento mucho- hablar bien de ellos. Sé que mi doble condición de
padre y periodista, tan radical que sus siglas son PP, me invita a
criticarlos por hacer demasiadas vacaciones (como padre) y me sugiere
que hable de temas importantes, como la ley de educación (es lo mínimo
que se le pide a un periodista esta semana). Pero estoy harto de que la
palabra más utilizada junto a escuela sea ‘fracaso’ y delante de
educación acostumbre a aparecer siempre el concepto ‘problema’, y que
‘maestro’ suela compartir titular con ‘huelga’. La escuela hace algo más
que fracasar, los maestros hacen algo más que hacer huelga (y
vacaciones) y la educación es bastante más que un problema. De hecho es
la única solución, pero esto nos lo tenemos muy callado, por si acaso.
Mi proceso, íntimo y personal, ha sido el siguiente: empecé siendo
padre, a partir de mis hijos aprendí a querer el hecho educativo, el
trabajo de criarlos, de encarrilarlos, y, mira por donde, ahora aprecio a
los maestros, mis cómplices. ¿Cómo no he de querer a una gente que se
dedica a educar a mis hijos? Por esto me duele que se hable mal por
sistema de mis queridos maestros, que no son todos los que cobran por
hacerlo, claro está, sino los que son, los que suman a la profesión las
tres palabras del título, los que mientras muchos padres se los imaginan
en una playa de Hawai están encerrados en alguna escuela de verano,
haciendo formación, buscando herramientas nuevas, métodos más adecuados.
Os deseo que aprovechéis estos días para rearmaros moralmente. Porque
hace falta mucha moral para ser maestro. Moral en el sentido de los
valores y moral para afrontar el día a día sin sentir el aprecio y la
confianza imprescindibles. Ni los de la sociedad en general, ni los de
los padres que os transferimos las criaturas pero no la autoridad. ¿Os
imagináis un país que dejara su material más sensible, las criaturas, en
sus años más importantes, de los cero a los dieciséis, y con la misión
más decisiva, formarlos, en manos de unas personas en quienes no confía?
Las leyes pasan, y las pizarras dejan de ensuciarnos los dedos de tiza
para convertirse en digitales. Pero la fuerza y la influencia de un buen
maestro siempre marcará la diferencia: el que es capaz de colgar la
mochila de un desaliento justificado junto a las mochilas de los alumnos
y, ya liberado de peso, asume de buen humor que no será recordado por
lo que le toca enseñar, sino por lo que aprenderán de él.
Carles Capdevila / Periodista
Muchas gracias, opiniones como esta nos hace sentir que nuestro trabajo es importante